Tómame, oh noche eterna, en tus brazos
y nómbrame hijo tuyo. Soy un rey
que voluntariamente abandonó
su trono de sueños y cansancio.
Mi espada, pesada en brazos exhaustos,
en serenas y viriles manos entregué;
y mi cetro y corona -los dejé
en la antecámara, hechos pedazos.
Mi cota de malla, tan inútil,
mis espuelas, de un tañer tan fútil,
dejé en la fría escalera.
Me despojé de la realeza, cuerpo y alma,
y regresé a la noche serena y antigua
como el paisaje al morir del día.
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