-¿No ves por ahí la flecha, tortuguita?- dijo Aquiles, sentado, mirando el horizonte.
-No... sólo un banquete de académicos y peripatéticos. Creo que están por agarrarse a golpes, ¿no oyes?
-No, pero, ¿no ves por ahí la flecha?
-No, Aquiles, no, por enésima vez ¿Tienes miedo de que llegue, o te estás haciendo viejo?
-¿Viejo, acaso? Soy un semidiós. Mira mi espada. Mató troyanos por docena.
-Quizá no temas que la flecha te alcance, sino que te pise los talones, viejo héroe.
-No te entiendo. A veces dices cosas muy raras.
-No seas imbécil. Mira, allá, creo que alguien le rompió la nariz al de espaldas más anchas. Ese banquete cada vez se pone mejor. Tengo sueño, ¿sabes lo cansada que puede ser la vida de una tortuga?
-Quizá por eso se arrastran tan despacio.
Aquiles calló, preocupado. Caminó en círculos, guardó la espada, volvió a sentarse.
-Dioses, ¿será que Zenón no se equivoca, tortuguita?
-No creo. En todo caso, a mí qué, igual apenas y me muevo. Desde donde estoy, decir que nada se mueve poco importa.
-¿Me ves cara de esclavo, bárbaro o mujer? ¿Olvidas quién ganó la carrera?
-Sé que llegué primero. Nada más.
-¿Y si lanzamos el rumor de que corriste contra una liebre? Ya sabes, los semidioses tenemos un nombre que cuidar, y...
-Estos héroes no son como los de antes ¿Y dices haber matado a Héctor? Dudo que Homero te haya visto. Ahora que me acuerdo, el viejo no veía.
-Cállate, vieja, ¿no ves la flecha? Casi puedo escucharla.
-Y dale con la flecha, querido.
-Cállate, ¿no entiendes?
-La-fle-cha-la-fle-cha-la-fle-cha- canturreó la tortuga...
-Guarda silencio, o te dejo panza al sol.
-No, Aquiles... por favor... no lo hagas... la flecha...
-Sí, claro, como si algún día fuera a llegar.
-¿Qué tal si llega?
-Entonces, que te parta.
Guardaron silencio. Aquiles se desplomó sobre sí mismo.
29 de agosto de 2010
Breves diálogos que nunca conocerán el papel II
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