4 de enero de 2011

Quinta de El guardador de rebaños

Bastante metafísica tiene el no pensar en nada.
¿Lo que pienso del mundo?
¡No tengo idea de lo que pienso del mundo!
De estar enfermo, pensaría en eso.
¿Qué idea tengo de las cosas?
¿Qué opinión tengo sobre las causas y los efectos?
¿Qué he pensado sobre Dios y el alma
y sobre la creación del mundo?
No sé. Para mí pensar en esto es cerrar los ojos
y no pensar. Es correr las cortinas
de mi ventana (que no tiene cortinas).

¿El misterio de las cosas? ¡No tengo idea de lo que es el misterio!
El único misterio es que hay quien piensa en misterios.
Quien está al sol y cierra los ojos,
empieza por no saber lo que es el sol
y a pensar en muchas cosas llenas de calor.
Pero abre los ojos y mira al sol,
y no puede pensar en nada,
porque la luz del sol vale más que los pensamientos
de todos los filósofos y todos los poetas.
La luz del sol no sabe lo que hace
y por eso no se equivoca y es común y es buena.

¿Metafísica? ¿Qué metafísica tienen aquellos árboles?
La de ser verdes y frondosos y tener ramas
y dar frutos a su hora, lo que no nos hace pensar,
a nosotros, que no sabemos hacer que nos importe.
Pero, ¿hay mejor metafísica que la de los árboles,
la de no saber para qué viven,
ni de saber que lo ignoran?

"Constitución íntima de las cosas"...
"Sentido íntimo del universo"...
Todo esto es falso, todo esto no quiere decir nada...
Es increíble que se puedan pensar esas cosas.
Es como pensar en razones y en fines
cuando raya la madrugada, y por los lados de los árboles
un difuso oro lustroso pierde la oscuridad.

Pensar en el sentido íntimo de las cosas
es un añadido, como pensar en salud
o llevar un vaso de agua hasta las fuentes.

El único sentido íntimo de las cosas
es el de no tener sentido íntimo alguno.

No creo en Dios porque nunca lo vi.
Si él quisiese que creyera,
sin duda vendría a hablar conmigo
y entraría por mi puerta
diciendo, ¡aquí estoy!

(Esto tal vez suene ridículo a los oídos
de quien, por no saber lo que es mirar las cosas,
no comprende a quien de ellas habla
con el modo de hablar que el detenerse en ellas nos enseña).

Pero si Dios es las flores y los árboles
y los montes y el sol y el enlunar,
entonces creo en él,
entonces creo en él a toda hora,
y mi vida entera es una oración y una misa,
y una comunión con ojos y oídos.

Pero si Dios es árboles y flores
y montes y sol y enlunar,
¿para qué nombrarle Dios?
Le nombro flores y árboles y montes y sol y enlunar;
porque, si él se hizo, para que pudiese verlo,
sol y enlunar y flores y árboles y montes,
si él se aparece ante mí siendo árboles y montes
y enlunar y sol y flores,
es que quiere que le conozca
como árboles y montes y flores y enlunar y sol.

Y es por eso que le obedezco,
(¿qué puedo saber de Dios aparte de lo que Dios sabe de sí mismo?),
le obedezco en vivir, espontáneamente,
como quien abre los ojos y mira,
y le llama enlunar y sol y flores y árboles y montes,
y lo amo sin pensar en él,
y lo pienso viendo y escuchando,
y camino con él a toda hora.

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