24 de marzo de 2011

Álvaro de Campos

DOS EXTRACTOS DE ODAS

(Finales de odas, naturalmente)


I


Ven, Noche antiquísima e idéntica,

Noche Reina nacida destronada,

Noche igual por dentro al silencio, Noche

con las estrellas lentejuelas rápidas

en tu vestido con flecos de Infinito.


Ven, vagamente,

ven, levemente,

ven solitaria, solemne, con las manos caídas

a tu costado, ven

y trae los montes distantes al pie de los árboles próximos,

funde en tu campo todos los campos que veo,

haz de la montaña un solo bloque en tu cuerpo,

apaga en ella todas las diferencias que veo desde lejos,

todos los caminos que la suben,

todos los árboles que la vuelven verde-oscuro a lo lejos.

Todas las casas blancas humeando entre árboles,

y deja sólo una luz y otra luz y otra más,

en la distancia imprecisa y vagamente perturbadora,

en la distancia súbitamente imposible de recorrer.


Nuestra Señora

de las cosas imposibles que buscamos en vano,

de los sueños que llegan a nosotros al crepúsculo, en la ventana,

de los propósitos que nos acarician

en las grandes terrazas de hoteles cosmopolitas

al sonido europeo de músicas y voces cerca y lejos,

y que duelen por saber que nunca realizaremos...

Ven y arrúllanos,

ven y acarícianos,

bésanos silenciosamente en la frente,

tan levemente en la frente que no sepamos que nos besan

sino por una diferencia en el alma.

Y un vago sollozo que parte melodiosamente

de lo más antiguo en nosotros,

donde tienen raíz todos esos árboles de maravilla

cuyos frutos son los sueños que acariciamos y amamos

porque los sabemos sin relación con la vida.


Ven solemnísima,

solemnísima y llena

de un oculto deseo de sollozar,

tal vez porque el alma es grande y la vida pequeña,

y ningún gesto sale de nuestro cuerpo,

y sólo alcanzamos hasta donde llegan nuestros brazos,

y sólo vemos hasta donde llegan nuestros ojos.


Ven, doliente,

Mater-Dolorosa de las Angustias de los Tímidos,

Turris-Ebúrnea de las Tristezas de los Despreciados,

mano fresca sobre la cabeza febril de los Humildes,

sabor de agua en los labios secos de los Cansados.

Ven, de lo profundo

del horizonte lívido,

ven y arráncame

de este suelo de angustia e inutilidad

en que florezco.

Arráncame de mi suelo, margarita olvidada,

hoja por hoja lee en mí no sé qué destino

y deshójame a tu gusto,

a tu gusto silencioso y fresco.

Una hoja mía lanza hacia el Norte,

donde están las ciudades de Hoy que tanto amé;

otra hoja mía lanza hacia el Sur,

donde están los mares que los Navegantes abrieron;

otra hoja mía arrójala a Occidente,

donde arde al rojo todo lo que tal vez sea el Futuro,

que sin conocer adoro;

y la otra, las otras, el resto de mí

arrójalo al Oriente,

al Oriente de donde viene todo, el día y la fe,

al Oriente pomposo, fanático y caliente,

al Oriente excesivo que nunca veré,

al Oriente budista, brahmánico, sintoísta,

al Oriente que es todo lo que nosotros no tenemos,

que es todo lo que nosotros no somos,

al Oriente donde -¿quién sabe?- Cristo tal vez aún viva,

donde quizá Dios realmente exista e imponga orden sobre todo...


Ven sobre los mares,

sobre los mares mayores,

sobre los mares sin horizontes precisos,

ven y pasa la mano por el dorse de la fiera,

y cálmala misteriosamente,

¡oh, domadora hipnótica de las cosas que se agitan mucho!


Ven, Noche silenciosa y extática,

ven a envolver en la Noche, manto blanco,

mi corazón...

Serenamente como una brisa en la tarde leve,

tranquilamente como el gesto materno que acaricia,

con las estrellas brillando en tus manos

y la luna misteriosa máscara en tu rostro.

Todos los sonidos suenan de otra manera

cuando vienes.

Cuando tú entras bajan todas las voces,

nadie te ve entrar.

Nadie sabe cuándo entras,

sino de repente, viendo que todo se recoge,

que todo pierde aristas y colores

y que en el alto cielo aún claramente azul

ya creciente nítido, o círculo blanco, o simple luz nueva que llega,


la luna comienza a ser real.

















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