27 de septiembre de 2010

Fragmentos de O guardador de rebanhos, de Alberto Caeiro

El guardador de rebaños
I
Yo nunca guardé rebaños,
pero es como si los guardase.
Mi alma es como un pastor,
conoce al viento y al sol
y camina de la mano de las Estaciones
que sigue y mira.
Toda la paz de la Naturaleza sin gente
viene a sentarse aquí a mi lado.
Pero me quedo triste como un ocaso
para nuestra imaginación,
cuando refresca en el fondo de la planicie
y se siente llegar la noche
como una mariposa por la ventana.
Pero mi tristeza es sosiego
porque es natural y justa
y es lo que debe estar en el alma
cuando piensa que ya existe
y las manos cortan flores sin que le importe.
Como un ruido de cencerros
más allá de la curva del camino,
mis pensamientos están contentos.
Sólo tengo pena de saber que están contentos,
porque, de no saberlo,
en vez de estar contentos y tristes
estarían alegres y contentos.
Pensar molesta como caminar en la lluvia
cuando el viento arrecia y parece que aún más llueve.
No tengo ambiciones ni deseos
ser poeta no es mi ambición
es mi manera de estar solo.
Y si a veces deseo,
sólo por imaginar, ser un corderito
(o ser todo el rebaño
para andar disperso por la ladera
y ser muchas cosas felices al mismo tiempo).
es sólo porque siento que escribo al ponerse el sol,
o cuando una nube pasa sobre la luz
y corre un silencio afuera por la hierba.
Cuando me siento a escribir versos
o, paseando por caminos, o atajos,
escribo versos en un papel que está en mi pensamiento,
siento un cayado en las manos
y me veo recortado
en lo alto de una colina,
mirando a mi rebaño y viendo mis ideas,
o viendo mis ideas y mirando a mi rebaño,
y sonrío vagamente como quien no comprende lo que se dice
y quiere fingir que comprende.
Saludo a quienes me leen
quitándome el ancho sombrero,
cuando me ven a la puerta
apenas se levanta la diligencia en la cima de la colina.
Saludo, y les deseo que haya sol,
y lluvia, si la lluvia hace falta,
y que en sus casas tengan
un sillón favorito
dónde sentarse leyendo mis versos.
Y que al leerlos piensen
que soy una cosa natural -
por ejemplo, el árbol viejo
a cuya sombra, cuando niños,
se dejaban caer de golpe, cansados de jugar,
y limpiaban el sudor de su cabeza ardiente
con la manga del babero a rayas.

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