16 de febrero de 2010

Mecanografía

Trazo, solitario, en mi cubículo de ingeniero, el plano,
firmo el proyecto, aquí aislado,
distante hasta de quien soy.


Al lado, acompañaniento banalmente siniestro,
el tic-tac estallante de las máquinas de escribir.


¡Qué náusea de la vida!
¡Qué abyección esta regularidad!
¡Qué sueño este ser así!


Otrora, cuando fui otro, eran castillos y caballeros
(ilustraciones, tal vez, de cualquier libro de infancia),
otrora, cuando fui verdadero a mi sueño,
eran grandes paisajes del Norte, explícitos de nieve,
eran grandes palmares del Sur, opulentos de verdes.


Otrora.


Al lado, acompañamiento banalmente siniestro,
el tic-tac estallante de las máquinas de escribir.


Todos tenemos dos vidas:
la verdadera, que es la que soñamos en la infancia,
y que seguimos soñando, ya adultos, en un sustrato de niebla;
la falsa, que es la que vivimos con los otros,
que es la práctica, la útil,
aquella en que acaban por meternos en un cajón.


En la otra no hay cajones, ni muertes,
hay sólo ilustraciones de la infancia:
grandes libros coloreados para ver, pero no para leer;
grandes páginas de colores para recordar más tarde.
En la otra somos nosotros,
en la otra vivimos;
en esta morimos, que es lo que vivir quiere decir;
en este momento, por la náusea, vivo en la otra...


Al lado, acompañamiento banalmente siniestro,
sí, no pensando, despierto,
alza la voz el tic-tac estallante de las máquinas de escribir.


Álvaro de campos

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