20 de noviembre de 2009

De Maisky, Cioran y Guanajuato...

Llegar a Guanajuato poco después del amanecer, recorrer algunas calles y saludar edificios conocidos desde hace años. La ciudad, vacía a esa hora; los adolescentes que infectan el Cervantino duermen la resaca. Túneles, frío. Una antigua ciudad minera que por ensalmo se convierte en un parque temático para jóvenes y estupidizados bárbaros que no entienden las palabras Cervantes, barroco o violonchelo. Y muchos, boleto en mano, los sufrimos.

Conseguir un taxista ladrón que nos lleve de la central al centro, buscar el Callejón del Truco y desayunar donde siempre, en el número 7, barato, rico y sustancioso. Luego, un taxista más honrado que nos lleve a la Valenciana. Esperar bajo el sol que quema y un viento helado, sin saber si hacerse a la sombra o quitarse el abrigo o perseguir a la que carga los programas. Muchos saludos, carreras en busca del baño, tedio. Preguntas inevitables: ¿a qué horas abren? ¿Para esto me levanté a las 3:00? ¿Existirá el baño o es el cerro de enfrente? ¿No saben que el médico me prohibió estar de pie? ¿Por qué no va a tocar las seis suites?

Entrar, pelear por un sitio, soportar lo de siempre: ancianos con pase de cortesía, adolescentes que no saben a quién van a escuchar. Lo salva a uno el platicar con los estudiantes de música que abarrotan la iglesia. Los camarógrafos y burócratas hacen lo suyo y alguien dice que nada de fotos con flash y luego dirá que nada de fotos y que los aplausos hasta el final, con la falsa esperanza de que lo obedezcamos. Aparece Maisky, excesivo en su apariencia, parco en su actitud. Silencioso, tenso. Cercano a la liturgia, al sacrificio. Genial en su exceso, en su vibratto, en las notas ausentes y en las que de último minuto integró al texto. Incluso cuando, a su parecer, erró las primeras notas de la Quinta Suite, la más pesarosa, la más grave, e interrumpió sólo para retomar desde el principio.

Dice Cioran: "Sin Bach, Dios sería un personaje de tercera clase. La música de Bach es la única razón para pensar que el Universo no es un desastre total". Temo que si de algo no podemos acusar a Cioran es de falta de lucidez. Una lucidez terrible, por supuesto, paralela a la belleza inegable de su escritura y conciencia del absurdo.

Pero volvamos a Bach, más allá de Cioran. Lo que escuchamos no fue a Maisky tocando a Bach, sino al Bach de Maisky. Fue una búsqueda arqueológica por el sentido de la partitura, una exégesis de la música. Una apropiación no vista (¿puede haber órgano más equívoco que el ojo, aunque le pese a Platón?) desde la última vez que escuché a Gould y sus Goldberg. La música en su estado puro, nacida ahí donde las palabras no bastan, parafraseando a Quignard.

El resto del día, los encuentros, la ciudad, no importaron.

Sólo Bach.


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